martes, 4 de enero de 2011

Características de la conducta enmascaran trastornos emocionales


Los problemas pueden llevar a la gente a llenarse de razones para no enfrentarlos.


La búsqueda de la tranquilidad hace que algunas personas eviten someterse al examen de la realidad. Por el contrario, buscan soluciones superficiales, dejan las cosas al azar o se engañan.
La tranquilidad conseguida de esta forma es un factor determinante de la infelicidad, de aislamiento de lo importante y de relaciones negativas. La comodidad obtenida así genera personajes que, al manifestarse a plenitud, afectan la vida y hacen necesaria la intervención de un profesional en salud mental. Estos son algunos de esos roles.
El supereficiente
Vive acelerado y hace varias cosas al tiempo; es impuntual y se hace esperar. Tiene tres celulares. Su principio vital es quemar etapas y tomar atajos. No disfruta del placer de hacer bien una cosa al tiempo, porque sólo cuenta hacer todo rápido. Suena contradictorio decir que un personaje tan ocupado es un cómodo, pero su rendimiento se reduce a retazos de acciones superficiales.
El conciliador
Diplomático por excelencia. Detesta las confrontaciones, razón por la cual es muy apreciado entre quienes requieren sus servicios. Siempre encuentra una salida razonada para los problemas. Pero en la esfera afectiva puede tener una vida de contradicciones, de 'aguante y trague', que puede llevarlo a cultivar resentimientos y humillación silenciosa. No pocas veces esta dolorosa situación desemboca en males psicosomáticos.
El adicto
Para eludir las dificultades reales planteadas por la vida cotidiana y mantener un grado de anestesia emocional, el adicto recurre de manera compulsiva a distintas dependencias, no sólo a las drogas y al alcohol, sino también a las conquistas románticas indiscriminadas, a las relaciones superficiales o a la pornografía. Y se vale de la manipulación como estrategia fundamental para perpetuar sus dependencias.
El cónyuge ciego
Es aquel que pese a tener sospechas, durante mucho tiempo, de que su pareja lo engaña, no hace nada porque dice no estar seguro. Al ignorar (racionalizar o negar) sus sospechas, el cónyuge que no quiere ver se tranquiliza al no tener que enfrentarse con la posible verdad. Vive una farsa que le evita el disgusto y el riesgo de abandono.
El escurridizo
Ejemplo típico de este ser ausente, lejano y distante es el trabajador que, para no enfrentar los problemas y asuntos irritantes del día a día, se ausenta siempre que puede. Es consciente de las dificultades o las intuye, pero jamás las enfrenta. Mientras tanto, esas situaciones que no enfrenta van creciendo poco a poco, hasta volverse inmanejables.
El padre atemorizado
Les tiene pavor a los hijos y, con frecuencia, a su pareja. Su casa es una democracia mal entendida, donde las opiniones de todos los miembros tienen el mismo valor. Para estos padres asustados las decisiones de un niño malcriado tienen el mismo peso que las de un adulto experimentado. Olvidan que la misión de los papás es formar a sus hijos con una guía firme en los momentos críticos, y no la de evitar discusiones. Eso lleva al caos.
El sordo
Ignora los llamados de atención de todo tipo, incluidos los accidentes, las enfermedades y los problemas financieros. Sin embargo, cuando se convierte en víctima de circunstancias que él mismo labró, se lamenta de su mala suerte.
El indeciso
Nunca toma la iniciativa, ni siquiera en los asuntos nimios. La indecisión puede ser un síntoma de un trastorno fóbico-obsesivo, pero también puede esconder una gran pereza. Se da en todos los campos del funcionamiento vital.
El sufrido
Los hijos, el miedo a la soledad, la situación económica, la costumbre, la dependencia: estas son las excusas que dan quienes viven la vida como un sacrificio y no son capaces de corregir situaciones indeseables o de liberarse de malas relaciones.
El fantasioso o idealizador
Su cabeza arma situaciones que le permiten ver lo que quiere ver y no la realidad; el problema es que con base en eso toma decisiones o inicia relaciones sin juicios adecuados. Tiende a creer que son los demás los que están equivocados.
CARLOS E. CLIMENT
MÉDICO PSIQUIATRA DE LA UNIVERSIDAD DE HARVARD
PARA EL TIEMPO

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